viernes, 5 de agosto de 2011

El infierno interior


Por Carlos Rivera

Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”.
Jorge Luis Borges

Hastiado Gustave Flaubert, y para que se develara quién era Madame Bovary, éste respondió: (Madame Bovary, c’est moi) “la Bovary soy yo”. Y es que ese gran personaje de la literatura universal se convirtió en su sangre y su alma (si ésta existe). La novela fue mas allá de la ficción y causó escándalos en la sociedad francesa siendo procesado en 1856 por “ofensas a la moral y a la religión” creyendo los acusadores, desde sus ignorancias y prejuicios, que la obra alteraría las buenas costumbres. De hecho, los personajes de la novela en su mayoría fueron extraídos de las vivencias personales y de escenarios reales, producto de una investigación obsesiva por encontrar arquetipos para su novela. Pero la literatura es una gran mentira hecha con trozos de la realidad y cuando estos hechos constituyen el corpus literario, ya pertenece a la dimensión del arte. Partiendo de esta breve reflexión que nos pretexta el libro del escritor Orlando Mazeyra Guillén, podremos ensayar algunas consideraciones preliminares acerca de La prosperidad reclusa.

Cada uno de los personajes del libro enfrenta distintas vicisitudes de la vida, pero no desde la periferia de las cotidianidades de personas felices y dignas de imitarse para olvidarse de las desventuras, sino desde los suburbios de la conciencia, es decir desde el infierno que todos llevamos dentro. El autor no intenta crear ambientes, paisajes sociales ni paradisíacos, sino atmósferas, sensaciones, exorcismos. Orlando Mazeyra escogió el infierno para deslizarse por sus recovecos y darles temáticas comunes como el amor, el trabajo, la ilusión, el amor filial, el sexo, la locura y la perversión. Cosa curiosa, los cuentos hablan implícitamente de la prosperidad, pero no entendida desde elucubraciones sociológicas, sino desde la vertiente de un grito, un delirio hacia la vida o a la libertad y a las cosas de este mundo. Es decir, la prosperidad como una utopía personal hecha a medida del individuo.

Las huellas inmediatas a las que nos remite el libro, son Los inocentes de Reynoso, ese delirio poético callejero de una sórdida Lima. O la salvaje collera de Matacabros de Sergio Galarza, y la violenta narración de Rilo en Contraeltrafico. Sin dejar de lado, desde luego, los solitarios y abyectos personajes de Julio Ramón Ribeyro. Claro que también asoman los ecos de Bukowski, Henry Miller, Mario Vargas Llosa y Sartre.

El plus de Orlando Mazeyra a la literatura (al menos en esta obra que leí) es la música, que le da cadencia a las historias, aunada a una perspectiva visual cinematográfica que parecieran escenas de un film con un protagonista central, un guión inconcluso y un escritor omnisciente que alimenta a su antojo las peripecias de los miserables personajes para lograr un desenlace a modo de flashback. Esto da pie, a su vez, a que al menos, en esos viajes oníricos, tengamos un acercamiento a lo total (lo visual, literario y musical).

El autor a través de la obra expresa su desencanto, su rabia, sus delirios existenciales y para arroparle de belleza literaria recurre a una poética personal donde las palabras son un festín de frases que, desde luego, pretenden una estética original. Avizoramos que en algún momento se constituirá de manera sólida en una obra mayor o quizás una novela. En este libro que comentamos, vemos un excelente comienzo hacia ese sendero.

Dentro de los cuentos que componen el libro, a juicio personal, considero el más logrado, Tras la puerta, que sintetiza toda esa poética a la que nos referimos anteriormente, donde el personaje Obdulio transita ese pedazo de su existencia entre un enfrentamiento con su génesis patológica, la búsqueda de la verdad y de sus encuentros y desencuentros con sus tormentos esquizofrénicos y las curaciones a las que es sometido por los especialistas. En esas misceláneas pasadas, y hechos presentes trasunta una añoranza filial, una búsqueda infinita por un poco de comprensión (¿o tal vez una prosperidad sentimental?) que consuela con el apego hacia su madre (o acaso un ideal de ella). Al final, no hay nada revelador, sólo la presencia rotunda, dolorosa y temeraria de su progenitor como parte de su ser que lo acompañará por doquier en los avatares de su existencia. El cuento no gana por K.O. sino por perplejidad.

Los representantes de la actual literatura arequipeña, hace tiempo que han dejado las temáticas comunes y tradicionalistas. Los nuevos escritores jóvenes como Orlando Mazeyra Guillén hacen caso omiso de este canon sagrado del cual algunos todavía creen imperecedero. Porque esta nueva (aún no me atrevo a llamarla generación) pléyade de escritores no tiene miedo de escribir de putas, violencia, drogas, amores, sexo o de algunas pasiones bizarras que giran en su entorno social y cultural. El escritor arequipeño posmoderno es menos timorato, más poético y más trasgresor.

Consideramos por ello que el autor de este conjunto de cuentos escribe sin miedos, ni ataduras o complejos, enfrenta las historias y las plasma con todo su arte. Por momentos parece autobiográfico, representándose a sí mismo, en cada uno de los seres que desfilan en La prosperidad reclusa. El autor parece dejarnos alguna huella evidente del por qué de su escritura en el segundo cuento del libro: La dulce espera (aunque tal vez la presunción podría ser atrevida):

“Cuando empiezo a escribir siempre lanzo un bumerán que retorna y se parte en mi crisma. Son las migrañas nocturnas, o algo más que eso: una punzada en los ojos, de atrás hacia adelante y de adelante hacia la nuca, un vértigo que me acomete cuando trato de recordar a papá”.

Entonces, para finalizar y volviendo a la declaración de Flaubert con respecto a Madame Bovary, es que se puede colegir que La prosperidad reclusa es la expresión de un infierno interior del autor. Las lágrimas, sueños, y perversiones plasmadas en un elevado trabajo hecho con un amor visceral por la literatura. Es la simbiosis poética de la vida y las palabras.

* Tomado del blog de Carlos Rivera.