miércoles, 9 de diciembre de 2009

Las buenas cosas de las suele alimentarse un escritor

Algo pasa en la cabeza de Orlando Mazeyra Guillén: él está convencido de que es un escritor y quizás allí radique su más intenso potencial. Se ha lanzado a las aguas revoltosas de la literatura, de cabeza y sin salvavidas, braceando con toda la fuerza y técnica que ha podido aprender mientras estaba en la calma orilla del carácter inédito.

Y nadar así puede ser peligroso, tomando en cuenta que uno no es de fierro. Una técnica limitada puede agotar antes de tiempo al nadador y hundirlo demasiado pronto, en medio de un pataleo constante y rabioso.

Felizmente Mazeyra se ha mantenido a flote. Se ha aferrado a la superficie con todo lo que tiene y sobrevive para entregarnos La prosperidad reclusa, la razón primera por la que saltó desde un comienzo.

Los cuentos de La prosperidad reclusa están atravesados por la persistencia de Mazeyra. Sus relatos, en su mayoría, están signados por la presencia de un escritor/lector, que vive la angustia del ser, siendo esa carga el detonante que impulsa sus cortas tragedias.

Siento que sus 23 historias van mostrando, más que tragedias de sus protagonistas, al propio Mazeyra y a sus diablos interiores, esos que, también, supongo, contribuyeron a convencerlo de que en la pluma está su camino. Y echa mano de ese material para fabular desventuras humanas, con un estilo que él ha encontrado como propio y que es, desde ya, su marca registrada.

En “Ganas de ti”, una espera en medio de jarras y jarras de ron, deriva en una revelación trágica. Al protagonista, su mentor de barrio le revela el deseo homosexual que lo consume y le plantea lo obvio al pie del Tuturutu. Espero que esta historia en particular, tenga más de ficción que de tragedia personal.

Hay algo en “Esperanza capital”, que me perturba, y es el hecho de ver al autor/protagonista ya sin máscaras ni medias tintas, con nombre y apellido. Es él en toda su intención literaria, contando las desesperanzas de quien busca hacerse de un nombre en el circuito cultural limeño. Aparecen Oswaldo Reynoso, Óscar Malca y hasta el redimido bolerista Iván Cruz como personajes de una travesía juvenil en busca de un sueño. Y digo que me perturba porque hay algunas contundencias en sus frases de rabia contra el editor que le negó la oportunidad que parecen salidas “desde el forro”, como el propio Mazeyra escribe en otro relato.

También hay coqueteos con lo sobrenatural y esas apariciones del otro mundo, tan comunes en nuestro imaginario fantasmal. Allí aparece un padre muerto para exigir que continúe (otra vez) con el oficio de escribir. Luego la amada muerta que reclama la voz del protagonista y hasta un viaje astral que termina con una llegada a la oficina de Dios, claro éste no lo llega a recibir, como a la mayoría de nosotros.

Jorge Eduardo Benavides dice que los personajes de Mazeyra son “outsiders del siglo XXI”, pero discrepo. He visto demasiados sujetos así de atormentados como para convencerme de que allí está la normalidad. Mazeyra también los debe haber visto si es que él mismo no pertenece al rubro. Lo demás es lo raro.

Hay también un soundtrack inevitable en La prosperidad reclusa, donde Calamaro, Fito Páez, Chavela Vargas y demás cantantes desangelados ponen su cuota de lirismo a la hora en que el autor decide emprenderla con el ordenador. Adivino que sonaban al momento de escribir los cuentos.

En conjunto, eso debe ser lo que pasa en la cabeza de Orlando Mazeyra Guillén: mucho bar, mucha conversa, mucho Calamaro, mucha tragedia. Felizmente, esas son las buenas cosas de las que suele alimentarse un escritor.

Jorge Álvarez
Editor "El Búho"
www.elbuho.com.pe





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